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domingo, diciembre 14, 2025

El teatro del absurdo: cuando nadie cree a nadie (pero todos condenan igual)

Queridos lectores, después de analizar detenidamente la sentencia del Tribunal Supremo contra Álvaro García Ortiz, he llegado a una conclusión reveladora: vivimos en una época maravillosa donde los periodistas tienen credibilidad… pero sus testimonios no valen nada. ¿Confuso? Permítanme que se lo explique.

Resulta que José Precedo, de ElDiario.es, juró y perjuró que tuvo acceso al correo seis días antes que el fiscal general. Miguel Ángel Campos, de la SER, defendió que «en ningún momento fue el fiscal general quien le facilitó el correo». Alfonso Pérez Medina, de La Sexta, aseguró que accedió al contenido a las 21:54 horas, antes que García Ortiz. Tres periodistas, tres testimonios coincidentes exonerando al acusado.

¿Y qué hizo el Supremo? Pues lo que cualquier tribunal sensato haría: reconocer que no cuestiona la «credibilidad» de los periodistas… para acto seguido declarar que sus testimonios no son suficientes. Brillante. Es como decir «te creo, pero no te creo». Una especie de Schrödinger judicial: el periodista es creíble y no creíble al mismo tiempo hasta que abres la sentencia.

El razonamiento del tribunal es digno de enmarcar. Los cinco magistrados «obvian las declaraciones» de los periodistas porque su testimonio «no se hace depender sólo de la percepción sensorial, subjetiva». Claro, claro. Porque cuando un periodista dice «yo tenía ese documento antes», está hablando desde su mundo interior de fantasía, no de hechos objetivos. En cambio, cuando el tribunal decide que «el fiscal general o alguien de su entorno» filtró basándose en «indicios», eso sí es objetividad pura y dura.

Pero lo mejor viene ahora. El Supremo dedica más de nueve páginas a defender el secreto profesional periodístico, ese pilar sagrado de la democracia, para luego concluir que las declaraciones de quienes se acogen a él «no tienen el mismo valor» que las de otros testigos. O sea: defendemos tu derecho a no revelar fuentes, pero como no las revelas, no te creemos. Es como invitarte a una fiesta y echarte por haber aceptado la invitación.

Y aquí viene la gran pregunta filosófica que planteo: si los jueces del Supremo no han creído a los periodistas, ¿quién puede creer ahora a los periodistas? Porque si el testimonio jurado de tres profesionales ante un tribunal no vale nada, ¿qué credibilidad tienen sus noticias del día a día? ¿Acaso deberíamos exigir a cada información en los medios una «prueba objetiva que supere lo meramente subjetivo»?

Pero esperen, que la cosa tiene más miga. ¿Y quién puede creer a los jueces? Porque resulta que dos magistradas emitieron votos particulares afirmando que la sentencia mayoritaria se basa en una «mera sospecha que se decanta por la opción más perjudicial» para García Ortiz. Es decir, que ni siquiera entre los propios jueces hay consenso sobre qué demonios pasó realmente.

Jueces para la Democracia ha denunciado que la sentencia genera «inseguridad» para todas las instituciones porque «la condena se apoya en una prueba indiciaria cuyo armazón resulta discutible». Vamos, que hasta una asociación de jueces dice que esto es un poco endeble. Pero oye, adelante con los faroles.

La realidad es que nos encontramos ante un caso donde:

  • Los periodistas dicen A, pero no se les cree porque protegen sus fuentes (aunque se defienda su derecho a hacerlo)
  • Los jueces dicen B basándose en indicios (pero sin prueba directa)
  • Otros jueces dicen C en sus votos particulares
  • Y el condenado dice D

Resultado: inhabilitación de dos años, multa de 7.200 euros e indemnización de 10.000 euros. Todo muy claro y transparente, como debe ser en una democracia ejemplar.

La moraleja es sencilla: en este país ya no hay que creer ni a los periodistas ni a los jueces. Mejor cree en los indicios, esa categoría mágica que permite condenar sin prueba directa pero con mucho «sentido común judicial». El Supremo considera «contrario a elementales exigencias de sentido común» que el fiscal borrara periódicamente su teléfono… pero evidentemente no es contrario al sentido común condenar sin que ningún testigo directo corrobore la acusación.

Así que, queridos lectores, la próxima vez que lean una noticia, pregúntense: ¿es creíble este periodista? Y si su respuesta es «sí», recuerden que el Tribunal Supremo opina que eso no es suficiente. Necesitan algo más objetivo, como… bueno, como lo que digan cinco de siete jueces según su interpretación de los indicios.

Bienvenidos al teatro del absurdo judicial, donde la verdad es relativa, los testimonios son descartables, y todos nos quedamos con la misma certeza que tenemos sobre qué hay después de la muerte: ninguna.

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