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Cuando la violencia cruza la línea roja: el caso Román Cuesta

Un ataque que trasciende la agresión personal para convertirse en símbolo de una deriva antidemocrática

El pasado miércoles 27 de agosto fuimos testigos de un episodio que debería conmocionar a toda sociedad democrática. Tres individuos vinculados a la ultraderecha acudieron al domicilio del periodista de investigación Román Cuesta, en Morille (Salamanca), para agredirle físicamente. No fue un encuentro casual, ni una disputa vecinal, ni un arrebato momentáneo. Fue un ataque premeditado, grabado y posteriormente difundido en redes sociales como trofeo de guerra contra la libertad de prensa.

Román Cuesta, colaborador de Diario Red y conocido por su meticulosa labor desenmascarando redes digitales de odio y perfiles ultraderechistas anónimos, se ha convertido en los últimos años en una piedra en el zapato de quienes pretenden expandir su mensaje de intolerancia desde la impunidad del anonimato. Su trabajo, riguroso y necesario, consiste precisamente en lo que más molesta a estos grupos: ponerles nombre y rostro, quitarles la máscara que les permite actuar sin consecuencias.

La agresión no fue aleatoria. Según la denuncia presentada por Cuesta ante la Guardia Civil, los atacantes —entre los que se encuentra Pedro Bayona Muñoz, excandidato de Vox a la alcaldía de Blanes en 2019— le atribuyeron explícitamente la agresión «a su profesión de periodista, al trabajar en el periódico Diario Red, por ser colaborador de Pablo Iglesias, además de por la ideología política». Es decir, fue atacado por hacer periodismo.

Lo ocurrido trasciende la agresión en sí misma, por grave que esta sea. El hecho de que los agresores grabaran el ataque y posteriormente lo difundieran en redes sociales revela una intencionalidad que va más allá del daño personal: buscan el efecto intimidatorio. Pretenden enviar un mensaje claro a otros periodistas que realizan labores similares: «Esto es lo que te puede pasar si sigues investigando».

Esta estrategia del terror no es nueva ni exclusiva de nuestro país. En toda Europa, los periodistas que investigan a la extrema derecha se han convertido en objetivo de campañas sistemáticas de acoso que, como advierte Reporteros Sin Fronteras, están escalando desde el hostigamiento digital hacia las agresiones físicas directas.

Resulta especialmente revelador el perfil de uno de los identificados como agresores. Pedro Bayona Muñoz, según ha documentado el propio Cuesta, pasó del independentismo catalán —llegando a aparecer fotografiado con la estelada— a las filas de Vox. Esta trayectoria ilustra algo que va más allá de las contradicciones ideológicas: muestra cómo ciertos perfiles encuentran en los extremos políticos no tanto una coherencia ideológica como una válvula de escape para la violencia y la intolerancia.

Lo que está en juego aquí no es solo la seguridad personal de un periodista, sino la esencia misma de nuestra convivencia democrática. Cuando se ataca a un periodista por hacer su trabajo, se ataca a todos los ciudadanos que tienen derecho a estar informados. Cuando se pretende silenciar mediante la violencia, se agrede a la sociedad en su conjunto.

El periodismo de investigación siempre ha sido incómodo para el poder, cualquier poder. Pero en una democracia madura, esa incomodidad se resuelve con más debate, con más transparencia, con más pluralidad. Nunca con violencia.